Detalles y detallistas
ÉL adoraba el olor de las velas aromáticas, el sabor de los
helados derritiéndose en vez de recién comprados, los sonidos bajitos que poca
gente aprecia, deslizar sus dedos por un teclado aunque no tuviera ni pajolera
idea de escribir a máquina. ELLA amaba el olor de las rosas recién mojadas y
podadas por el jardinero municipal, la sensación que producía en sus dientes el
romper la primera onza de la tableta de chocolate, el desgarro que sonaba al
romper el papel de regalo. ELLA era florista en la tienda que hace esquina con
la librería de aquel hombre con un parche en un ojo al que no le gustaba mirar
muy a menudo porque temía que él se enfadase por su sorpresa de ver a una
persona que semejaba a un pirata de la antigua usanza, justo debajo del
matrimonio que cada mañana discutía por la torpeza del marido con la ropa de
color y la blanca, enfrente mismo de aquel pequeño bar al que a ELLA le encantaba
ir a tomar su café favorito: mitad de café, otra mitad de leche condensada y
una pizca de canela. ÉL era mecánico en aquel taller que está justo delante del
buzón en el que todas las mañanas el cartero dejaba el correo, no sin antes
cotillear un poco algún paquete y llevarse las galletas que una madre enviaba a
su hijo internado en Holanda, al lado del kiosco en el que trabaja esa señora
que no hace más cosa que limarse las uñas y leer los ejemplares de revistas del
corazón que no le compraron sus clientes la semana pasada, haciendo esquina con
el parque por el que a ÉL le apasionaba pasar cada tarde para sentarse un rato
en el banco antes de ir al cine o a tomar la merienda con su hermana.
Un día, tan típico como cualquier otro, ELLA salió de la
floristería tras venderle unas rosas a aquel chico que una vez a la semana le hace
un detalle a su novia para “no matar el amor”, como él dice. Era su hora del
descanso y quiso tomarse un café, su café… Como siempre, la dueña estaba
apurada con su clientela, el hombre del fondo leía el periódico mientras
charlaba con su mujer y se levantaba cada dos por tres para descargar en el
aseo esa próstata que no le dejaba vivir tranquilo, la mujer ejecutiva de la
derecha miraba su reloj para no pasarse de la hora de ida y ELLA observaba a
través del ventanal a la gente pasar, a la gente hacer cosas distintas, unas
peculiares y otras cotidianas. Fue entonces cuando oyó unos gritos que hasta
aquel día no había escuchado por los alrededores y que no le gustaban en
absoluto, porque a ELLA le gusta estar tranquila. Miró a la puerta y vio a la
dueña regañando a un joven vestido con funda de mecánico. ÉL disculpándose por
no haber tenido a tiempo el coche de la dueña listo, aunque respondiendo de vez
en cuando con algún que otro tono burlesco. ELLA se reía desde su asiento y ÉL
la vio. Avergonzada bajó la mirada, pero a ÉL ya le había causado gracia.
Cuando ELLA volvió a mirar, ÉL ya no estaba.
Llegó la tarde y ÉL no veía el momento para dejar el trabajo
e irse por fin a ver la película que estrenaban en cartelera, le daba igual
cuál fuese mientras le permitiese comer sus palomitas con mantequilla
tranquilo. Se dirigió hacia allí, pero no por ello olvidó sentarse un ratito en
su banco del parque, tenía todo el tiempo del mundo, porque total le daba igual
la película. Se sentó, cerca de aquel señor que le daba de comer a las palomas
y mantenía una conversación con ellas decentemente coherente para salir de la
boca de alguien que habitúa hablar con palomas, delante de aquella fuente en la
que un niño corría alrededor del bordillo escapando de su madre porque ésta, al
parecer, había decidido que ya era la hora de marcharse a casa y pegarse un
buen baño, justo al lado de la acera por la que en ese mismo instante pasaba
ELLA: la chica de la sonrisa, la de aquel pañuelo rojo al cuello tan llamativo.
ELLA lo estaba mirando desde su acera, ELLA apartó su mirada y siguió su
camino. ÉL, para nada vergonzoso, se levantó bruscamente del asiento a meterse
con ella, con su sonrisa, con su mirada. ELLA corrió avergonzada y ambos
quedaron intrigados, fuese por la rareza del momento o por la rareza de ellos
mismos.
ELLA adora escuchar música de las cadenas que se escuchan
mal mientras hace cosas en casa, porque según su opinión siempre son las que
tienen la mejor música, le encanta darle al botón del telefonillo para ver lo que
está sucediendo tras el portal de su edificio y si alguien nuevo va a entrar
ese día, adora pasar las hojas de los libros y se ríe cada vez que piensa en lo
inútil que es mojarse el dedo con saliva. ÉL adora levantarse de un salto de su
cama por las mañanas y pensar en alto que es un nuevo día en su vida, porque es
mejor pensarlo que decirlo en alto y quedar como un loco, le encanta apretar el
botón de la televisión y sentir como se enciende, pasar la mano por la pantalla
y creerse un superhéroe que controla la electricidad, a pesar de que lo intente
siempre y nunca consiga encender ni una dichosa lamparita de noche.
ELLA trabajaba sin descanso para que llegase el momento de
irse a por su café, no miraba las horas pasar para que todo se acelerase y su
jefa la miraba extrañada por su innovadora actitud. ÉL reparaba aquel tubo de
escape como nunca antes había hecho, tarareando su canción favorita, dejando
pasar el tiempo impaciente para que llegase el momento de ir a ver a su
hermana, no sin antes hacer una paradita por el parque y el banco, su banco.
Aquella mañana era la misma de siempre, pero algo le decía a ELLA que en
cualquier momento cambiaría. Miraba a la gente pasar por la calle y miraba a la
barra, así consecutivamente hasta que en un momento dado, de repente, apareció,
como por arte de magia, ÉL, ahí sentado a la barra, tomándose una cerveza y
mirándola con la misma mirada burlesca con la que había mirado en otra ocasión
a la dueña del bar, jugando con aquella pelotita entre sus manos. ÉL creía que
aquella tarde en el parque sería diferente a otras, se fijaba en su vestimenta
por si pudiese haber alguna imperfección y observaba detenidamente sus pasos
con el miedo de levantar la mirada. Finalmente, lo hizo, iba a mirar su banco y
allí pudo ver… Nada… Su banco estaba vacío. Se sentó aturdido y pudo verla a
ELLA, en el banco de enfrente, cruzando la fuente que les separaba, con su sonrisa
que tanta gracia le causó en otra ocasión. ELLA lo miraba en la barra y, en un
despiste, ÉL desapareció de nuevo, como la otra vez. Fue entonces cuando vio la
pelotita sobre la barra, perdida. ÉL permanecía sentado impaciente en su banco
y fue entonces cuando decidió dar la iniciativa e incorporarse para ir hacia
ELLA, pero la misma vergüenza volvió a conseguir que ésta se fuera corriendo,
dejando tras de sí aquel pañuelo rojo tan ligero, tan vulnerable para el
viento.
ELLA ama que le susurren al oído y dejen salir suspiros
sobre su cuello, adora morder el labio inferior de aquellos que le roban besos acaramelados,
agarrar fuerte de las manos a quien le importa porque no quiere perderlo nunca
más. A ELLA le encanta dar un paseo por ahí todas las tardes y observar a la
gente caminar a su alrededor, no sin antes hacer una paradita en el parque que
tanto le gusta y sentarse a mirar la fuente en el banco, en su banco. ELLA
estaba aquella tarde de nuevo en su parque favorito, esperando en esta ocasión
algo nuevo, algo que nunca antes había pasado. Su corazón palpitaba con una
velocidad e intensidad tremendas y no podía parar de mover los dedos de las
manos inquieta, al son de aquella música que escuchaba en su cabeza, jugando como
una niña pequeña con la pelotita que tenía guardada en el bolsillo de su
chaqueta. Por fin, era el momento, la hora propicia, el instante de levantar la
mirada… Aunque… Algo fallaba… No… Estaba… ÉL…
A ELLA le gustaba mucho ir mañanas y tardes a aquel parque,
a su parque, a esperar… No sabía por qué, no entendía la rutina, no asimilaba
qué era lo que le gustaba de aquello, pero así era. ELLA iba y esperaba, así
continuamente, no tenía más rutina. No sabía si algo nuevo pasaría ese día o el
siguiente o el siguiente o… El siguiente… ELLA no podía esperar más y se
marchó, anduvo, caminó rápido y, finalmente, corrió. Cruzaba la calle veloz
para que nadie le viese llorar, no quería que nadie le preguntaba qué le pasaba
porque ELLA no lo entendía, solamente quería irse lejos… Muy lejos… Esconderse
del resto del mundo… Y fue entonces cuando decidió alejarse de aquella calle
tan transitada y meterse en un callejón a llorar, a gritar, a desahogarse y
sacar de su corazón ese dolor desconocido hasta ahora que le consumía por
dentro… Y fue intentar entrar y tropezarse con alguien que también corría… Y
ELLA se detuvo y el tiempo consigo. Allí, justo delante de ella, estaba ÉL. Con
su mirada burlesca, aquella misma de otras veces, le secó las lágrimas de los
ojos con los dedos, con su pañuelo rojo favorito. Y con tan simples palabras le
dijo al oído: "- Hace tiempo que no pasas por la cafetería". ELLA sonrío, con su
sonrisa, con su vergüenza. Fue entonces cuando lo hicieron, cuando sin
pensarlo, porque ello les echaría atrás, se acercaron uno al otro y, sin decir
nada más, fundieron sus labios. ELLA le mordía el labio inferior y ÉL le
sujetaba muy fuerte las manos, tal como ELLA quería, tal como ocurrió año tras
año cincuenta años después, en el mismo sitio, con la misma sonrisa y la misma
mirada, con las mismas lágrimas que ÉL le secaba y la misma pelotita que caía
al suelo y se iba rodando.
Porque aquellos eran detalles, sus detalles. No sabían si
ellos eran demasiado detallistas o que la vida en si era un mero detalle, pero
aquello les hacía felices, aquello les hacía sonreír cada mañana, como las
discusiones mañaneras entre aquella pareja que discutía por la organización de
la ropa y que acababa siempre en espléndidas reconciliaciones entre orgasmos,
como el hombre del parche cada vez que cogía el libro de Peter Pan y se veía en el espejo como si fuese el Capitán Garfio, como la dueña del bar
que amaba preparar cafés con leche condensada a sus clientes a pesar de
estresarse continuamente, como todos ellos, como todos los detallistas del
mundo que saben valorar en la vida los pequeños detalles sin importar el resto,
como todo el mundo, como tú, como yo.
EN HONOR A AMÉLIE Y SU BANDA SONORA, POR SERVIRME DE FUENTES DE INSPIRACIÓN EN TANTAS OCASIONES.
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