Violeta

-  Pues no sabría decirle exactamente. Estaba cruzando el puente de San Diego, iba dirección North Island. Había… Había pillado la 13B y, de hecho, ya había dejado Cleveland atrás… ¿O no? No recuerdo, la verdad… Sé que me esperaba un largo camino. La noche se me estaba echando encima y decidí entrar en aquel boulevard. Desde fuera parecía un lugar normal, si te soy sincera. Como cualquier día corriente que puedas acabar en un bar a medianoche, o incluso ya al mediodía si me apuras, podías encontrarte gente extremadamente variopinta: desde el grupo de taberna de toda la semana hasta enigmáticos ejemplares que debían escapar de algún lugar recóndito, a cientos de kilómetros de aquel antro. Él… Él era un “don nadie” en medio de aquella multitud… Lo que me llamó la atención fue su actitud. No sé, dicen que lo importante no es quién seas o dejes de ser, sino más bien la actitud que tengas ante la vida, ¿no es así? En fin… Total, que la noche prometía, era joven. Me resultó convincente la idea de abandonar ese sitio y escaparnos a algún paraje fuera de la mano de Dios. Las luces de los coches, la congestión de la gente y, en esencia, el ajetreo de la ciudad, aunque de una tardía hora se tratase, me agobiaba… Y yo lo que quería, al fin y al cabo, era descansar… Fuimos allí… A aquellas colinas… No sé muy bien si estaban a unos 3 o 4 kilómetros hacia el sur… La verdad es que ambos sabíamos a lo que íbamos, ¿no? Pero es que no sé… No sé le digo… Sus manos fueron muy de prisa, me puso nerviosa. Le pedí que parase un momento, pero él estaba demasiado cachondo. Yo no quería que siguiese… Y a la vez sí, ¿lo entiende? Lo siento, no sabría explicarlo… Sencillamente él empezó a besuquearme por todas partes… Y a agarrarme… Me apretaba mucho, ¿sabe? Le insistí, le empujé, de hecho. Pero él seguía… Y llegó a un punto en que yo ya no quise decir nada más… Tenía miedo. Había algo inquietante en él y me paré a pensar en la situación: ¿cómo había llegado yo allí? Quizás había sido por el agotamiento del viaje… La cuestión es que estaba allí, en medio de la nada, de la oscuridad, y no tenía la opción tan siquiera de gritar “socorro”. Y cada vez él iba más rápido, más fuerte. Sentía su sudor rozando mi piel y no palpaba ningún tipo de excitación sexual. Más bien, me da asco. Intenté pensar en otra cosa e hice tiempo… Y así dejé que acabase todo más rápido. Me quedé allí tirada en el suelo, toda manchada y con nauseas, mientras él se abrochaba el cinturón. Antes de que pudiera preguntarle si me llevaba de vuelta a la ciudad, ya había arrancado su coche y me había dejado encima del pecho aquel billete de cinco dólares.






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